Del abrazo venimos y al abrazo vamos, y quien ha carecido de ellos ha vivido sin brazos de afecto, por eso no abarca nada y va de la náusea al vómito, incapaz de asir la realidad. Se abraza con todo el cuerpo, con toda el alma, cuando se ama de veras. Metafísicas como al que propuso el enemigo de la relación, el irrelacionista Jean Paul Sartre dan frío, miedo y asco. Una realidad no abrazada es uan mueca de náusea, y por eso la antesala del infierno. La vida misma es una elección entre el abrazo o el infierno. Aquí se apuesta por el abrazo, es decir, por la relación interpersonal como constitutiva de la identidad más profunda de cada persona.