Si a finales del siglo XIX y principios del XX la preocupación de los urbanistas madrileños fue definir los ensanches y, poco más adelante, en los sucesivos Planes Comarcales de 1923, 1929 y 1934, resolver el crecimiento de la ciudad mediante su descentralización utilizando por primera vez el ferrocarril, a finales de los años treinta, en marzo de 1939, para el Comité de Reforma, Reconstrucción y Saneamiento de Madrid (Esquema y Bases para el desarrollo del Plan Regional de Madrid) la preocupación fue entender el territorio como un espacio de relaciones económicas.
Para Julián Besteiro, Presidente del Comité, la reconstrucción y reforma de Madrid no solo pasaba por la reforma interior del casco urbano o por la definición de un nuevo límite de la ciudad, sino por la construcción en terrenos de baja valoración, que solo podían obtenerse en parajes alejados del centro, consciente de que estos nuevos núcleos de población debían cumplir una función reguladora del valor del suelo. Geddes, por una parte, y el Greater London Regional Planning de Abercrombie, por otra, fueron referencias de una nueva manera de entender lo que Besteiro llamó «Gran Madrid», marco territorial de una constelación de comunidades urbanas de diferentes tamaños.
La publicación del Esquema y Bases para el desarrollo del Plan Regional de Madrid permite valorar este importante documento, el primero que utilizó la denominación de «Plan Regional». Esta publicación junto con la del Plan General de Ordenación de Madrid, 1941-1946, de Pedro Bidagor, y las Memorias inéditas de Secundino Zuazo, 1919-1940, conforman una trilogía determinante para conocer la transformación del territorio que hoy conocemos como Madrid Región Capital.