Hablar de tradición en Occidente es adentrarse en los múltiples significados de la historia, abordar el progreso y el concepto de evolución, lo que se pierde y se gana para una sociedad, hablar del sentimiento de una cultura, de la traición a unas tradiciones heredadas, de la moral y la ética, del pudor del individuo, de la nostalgia, del miedo a la entrega y a los disfraces que adopta la supervivencia, de lo auténtico y lo falso, de sus imposturas, de las relaciones con el pasado y de la vuelta al origen. Hablar de tradición es hacerlo de síntesis y creación, de regresión y modernidad, de preexistencias y de un patrimonio que nos explica de dónde venimos y hacia dónde intuimos ir. También de la interpretación a través de la cual nos llegan las obras del pasado y trascienden en el tiempo, de la conciencia de la continuidad, de las rupturas y el cambio, de lo que significa transgredir ritos y costumbres, de desobediencia, rebeldía y arrepentimiento. Hablar de tradición es ser conscientes de la fidelidad y la deslealtad a la historia, de la cultura de lo nuevo y de la moda en una sociedad que necesita renovarse en todo momento. Hablar de tradición es hablar de controversias, desencuentros y contradicciones, de heridas y errores que se arrastran, de la pérdida y la recuperación de la memoria, de las dudas ante el rumbo que toman los acontecimientos, de la sorpresa de ciertos actos regresivos que han supuesto la renovación de nuestra cultura: la de las artes y la de la ciencia. Tiene algo que afecta a nuestra propia existencia esta agridulce tradición.