ya en su quinta película james cagney subió al estrellato hollywoodense. al fin y al cabo, él era el ejemplo perfecto del realismo social que buscaba la warner para autentificar las películas de gángsters. de hecho, ya desde niño tuvo que hacer frente a los sinsabores de la pobreza familiar, al alcoholismo paterno, y a la abundante violencia infantil de las calles de nueva york de principios del siglo xx, en un sórdido entorno que no querríamos para nuestros hijos. agarrado a su pistola, deslumbró a los espectadores en el enemigo público, ángeles con caras sucias, los violentos años veinte, y al rojo vivo, films que le encumbraron como el tipo duro por excelencia de los años treinta y cuarenta. pero cagney era mucho más que eso. además, se mostró como un consumado bailarín lo que realmente sentía que era- en desfile de candilejas, yanqui dandy donde ganó su único oscar- y the seven little foys; un sobresaliente imitador en biopics como ámame o déjame y el