ISABEL GUERRA (Madrid, 1947) es conocida por la crítica como 'la pintora de la luz' porque, como escribe el académico Luis María Ansón, 'no pinta las mujeres, las telas, las maderas, los cestos, las niñas, las frutas, las vasijas, las mesas, los bodegones. Eso son pretextos. Pinta las luces que los envuelven y dan forma'. Esta pintora autodidacta, formada en la contemplación de los grandes pintores del Prado y especialmente en el estudio de la atmósfera descrita magistralmente por Velázquez, es una artista de larga trayectoria que comienza en 1963 con la primera de las exposiciones madrileñas, que marcarán su carrera y su aceptación.
Siete años después ingresa en el monasterio cisterciense de Santa Lucía, en Zaragoza, continuando con sus propuestas de presentar escenas cotidianas en las que la luz y el color nos permitan descubrir la realidad del ser humano. Se va definiendo un estilo propio y personal que ella misma describe cuando nos explica que esta personal forma de pintar 'es mi forma de vivir, mi forma de expresar todo lo que llevo dentro. Es una especie de carta permanente para los demás, para el mundo que me rodea. Yo pienso que la pintura es mensaje, algo que se hace para los otros. Imágenes que se transforman -por la luz- en algo vivo'.
Durante más de cincuenta años, Isabel Guerra ha dedicado su vocación profesional y su vocación religiosa a captar, en lo más cotidiano, esa belleza increíble que 'es destello del amor de Dios', sin miedos ni complejos, para compartirla con los hombres y mujeres que se acercan tanto a su pintura como a sus libros. Cinco ediciones de El libro de la paz interior lo confirman como lectura obligada para todos aquellos que quieran conocer el pensamiento y la espiritualidad de esta pintora que ha logrado triunfar desde el entorno monástico.
LA PINTURA
Isabel Guerra se ha convertido en un referente del hiperrealismo español, aunque ella nunca quiso que la encuadraran en este movimiento que, coincidiendo con su pintura, se proponía recrear la realidad en el lienzo con más fidelidad que la fotografía. La riqueza de sus imágenes se beneficia de su trayectoria artística, iniciada en el impresionismo y matizada en una breve etapa expresionista que ella matiza trasmitiendo un mensaje de esperanza, de ilusión, a partir de la década de 1970.
Se puede decir que su obra está inspirada en ese estilo personal y espontáneo en el que todo lo domina la luz que irrumpe desde el interior de los objetos cotidianos que nos presenta, desde los serenos escenarios de su monasterio en donde precisa que 'yo no pinto la luz que veo sino la que siento'. El color y la luz son los protagonistas indiscutibles, mientras las imágenes que van definiéndose nos impulsan a participar de sus emociones. En este discurso visual sobre la Verdad, los fondos oscuros y la luz que emana desde dentro de los objetos y los protagonistas definen el lenguaje corporal que concentran nuestra atención, que nos ayuda a descubrir la espiritualidad. Una espiritualidad que permanece viva en los bodegones y las naturalezas muertas.
EL DIBUJO
En la obra de Isabel Guerra destaca el conjunto de dibujos, producidos desde sus inicios artísticos, en los que nos ofrece una versión del ser humano. Es ese quehacer del dibujo que ella define como 'básico y expresivo, recoleto y provocativo'. Su temática apuesta por personas, fundamentalmente mujeres, que no juegan con las posibilidades de la mirada directa hacia el espectador, más bien se presentan sugiriendo la necesidad de recuperar el paisaje interior. La pintora nos explica que 'es el dibujo quien enseña a saber estar ante la emoción del día a día de una vida consagrada a la admiración'. Esa es la razón de que sean objeto de admiración en casi todo el mundo, al mismo tiempo que se han convertido en eficaces pancartas en las manifestaciones de los pacifistas norteamericanos.
La aceptación universal de sus dibujos reside en dos claves: su calidad y su capacidad de emocionar, entendiendo la emoción como razón última del arte. Técnicamente estos dibujos, a grafito o a carboncillo, muestran una admirable capacidad de crear volumen, al mismo tiempo que alcanza una gran delicadeza en la ejecución de sus detalles para dotarlo de vida. La luz hace presencia creando la sensación de que el dibujo solo es la trama que construye el lenguaje que nos habla del sentimiento y del anhelo. Las figuras, catálogo de emociones para el espectador, conceptualmente se acercan a la idea clásica de santa Teresa cuando escribía que 'aquí no hay espacio para la discusión sino para el simple conocimiento de lo que somos'.
LA FOTOGRAFÍA
Isabel Guerra, desde los primeros momentos de su carrera artística, mostró un enorme interés por la fotografía del modo que lo hacían todos los grandes pintores del realismo americano, cuando se plantean reproducir la realidad con más exactitud que la fotografía. Al investigar en este debate fotografía/pintura, en realidad técnica/arte, se transformará en una defensora de la fotografía como 'una herramienta más al servicio de la belleza', y apostará por conseguir que la fotografía inicial se convierta en creación artística, pensada y construida. Un proceso que se realiza aplicándole los avances de las nuevas tecnologías que permiten -a partir de esa imagen pensada y captada con su propia cámara- manipularla en su totalidad, dotarla de nuevas texturas y convertirla en una pieza de arte, editada e impresa por ella misma en diferentes soportes.
Todo este proceso, que exhibe por primera vez en una exposición, la ha convertido en una artista premiada y valorada en el mundo artístico de la infografía, de las imágenes recreadas con la ayuda del ordenador. Y además la ha dotado de un notable prestigio, sostenido por unas obras -ya estén impresas a ocho colores sobre papel o con tinta serigráfica sobre aluminio- que adquieren valor periodístico al beneficiarse de esa agudeza óptica que nos habla de la imparable capacidad creadora de esta pintora comprometida con la libertad del lenguaje expresivo expresado incluso en el reto de las infografías de gran formato.