Cuando la embajada alemana en Washington se terminó en 1964, el crítico de arquitectura del Washington Post escribió que el objetivo expreso de los que encargaron el edificio había sido hacer una declaración arquitectónica que encarnase el espíritu de la joven democracia alemana y evitar cualquier forma que pudiera revivir recuerdos sombríos del pasado. En el artículo se sentía que habían hecho bien en invitar a Egon Eiermann para este proyecto, ya que ya había resuelto el mismo problema de arquitectura diplomatica con su pabellón alemán para la Exposición Universal de Bruselas en 1958.
Eiermann (1904-1970) estudió en la Technische Hochschule de Berlín, en la clase de Hans Poelzig, pero él también fue influenciado por Heinrich Tessenow. Ya en 1931 su primer edificio, que él había planeado como arquitecto empleado en práctica, se publicó en Wasmuths Monatshefte für Baukunst und Städtebau; sus principales edificios y proyectos siguieron apareciendo en revistas en Alemania y en el extranjero, e impresionando con su lenguaje formal, que permaneció sin influencia por las tendencias de moda. Construir fue, ante todo, un proceso intelectual para Eiermann, determinado por los factores de la construcción, función y materiales, por la objetividad y el autocontrol concediendo a la imaginación solamente un alcance limitado.