Construir un escenario urbano monumental, majestuoso, sublime, para el autoproclamado "paraíso socialista" de Corea del Norte. Ésta fue durante más de seis décadas una de las obsesiones de Kim II Sung, el Gran Líder según la jerga oficial, y también de su hijo y sucesor, Kim Jong II. La construccion figuró siempre en su lista de prioridades. Se inviertieron ingentes recursos con el objetivo de tranformar el paisaje del país y levantar una capital digna de admiración mundial. Pyongyang representa hoy el mejor escaparate para el régimen más hermético, temido y denostado del planeta. Arrasada por las bombas estadounidenses en la guerra de Corea, la ciudad se refundó a escala gigantesca, ensayando un estilo inequívocamente socialista y, a la vez, genuinamente nacional.