Tras la revolución industrial del siglo XIX, una gran parte de la población vivía en aldeas y ciudades. Los que tenían una mejor
situación económica, en cambio, podían permitirse una casa en el campo. Durante el renacimiento económico de las décadas
posteriores a la Segunda Guerra Mundial, este cinturón verde se convirtió en el hogar permanente de un buen número de
ciudadanos con un poder adquisitivo elevado. La movilidad no suponía un problema y los desplazamientos diarios en coche
hacia la ciudad eran simplemente una cuestión de tiempo. En la actualidad, el movimiento es más bien a la inversa; los atascos
de tráfico y la mejora de la calidad de vida en el centro de las ciudades hacen que las personas opten por regresar. Los más
acaudalados quieren disfrutar al máximo de la ciudad, pero tampoco quieren renunciar a un poco de verde; por eso, y cada vez
más, las azoteas se van cubriendo de jardines colgantes.